13-04-2018 NO BASTA CON LAVAR LA CARA
Larga
ha sido la espera, desde que se produjo la primera noticia, cuando estábamos
todavía en el siglo pasado, de que el Ayuntamiento se disponía a emprender la
operación de salvamento de uno de los inmuebles de mayor calidad arquitectónica
y estética de cuantos forman el abundante rosario de edificios que forman el
soporte de una ciudad tan repetidamente señalada como Patrimonio de la
Humanidad. Rehacer lo sucedido a lo largo de estos años daría lugar casi a una
novela de misterio pero dejemos de perder el tiempo en historietas para
centrarnos de manera directa en la realidad, que es lo que importa. Y esa
realidad nos dice que, al fin, ha empezado la recuperación de la Casa del
Corregidor para ubicar en ella, si durante el desarrollo de las obras no hay
cambios de opinión (todo es posible en este benemérito lugar) el Archivo
municipal, el Museo de Historia de la Ciudad y las dependencias administrativas
del Consorcio de la Ciudad de Cuenca.
La Casa
del Corregidor, conocida en algunos momentos como Cárcel Vieja y Casa
Pretoria surgió cuando el corregidor Juan Núñez del Nero y Portocarrero decidió
construir en el solar ocupado por la antigua cárcel real (su imagen se aprecia
con bastante nitidez en las vistas de Van den Wyngaerde) un nuevo edificio que
pensó dedicar a su propia residencia, oficinas de la administración y nueva
cárcel de la ciudad. El rey Carlos III autorizó la obra en 1769 comenzando los
trabajos de manera efectiva en diciembre de ese año.
El
proyecto lleva la firma de José Martín de Aldehuela, quien diseñó un edificio
de superficie rectangular y tres plantas de altura en la fachada principal
(calle Alfonso VIII) que son siete en la posterior sobre el Huécar, según la
costumbre constructiva de esa zona. Es muy elegante y significativa la fachada
principal donde hay cuatro grandes ventanas en planta baja y cinco balcones en
la principal organizados a partir del eje central en el que se ubican la noble
portada, el balcón principal y, sobre él, el escudo real. Las ventanas se
cubren con rejas de forja tradicional conquense, de gran calidad (habrá que
esperar que a ningún insensato se le ocurra quitarlas).
Todo
esto es muy importante, desde luego, pero tanto o más es que el Ayuntamiento
actúe para decidir sobre algo que es de mayor trascendencia: cubrir el puesto
de archivero municipal, que lleva vacante dos años desde que se jubiló el
anterior titular y eso con el miserable pretexto de ahorrar dinero. Todos los
archivos son piezas extraordinariamente delicadas, que necesitan tener al
frente profesionales cualificados. El municipal de Cuenca destaca por su
riquísimo contenido documental, que merece la pena ser conocido, investigado y
difundido y esas son algunas de las funciones de un archivero, no solo llevar
papeles de un sitio a otro, sino bucear en los que tiene a su cargo y
exponerlos públicamente para conocimiento de todos. El archivo municipal de
Cuenca no puede estar en manos de un mequetrefe indocumentado que invierta su
tiempo en mirar a las musarañas. Necesita un profesional preparado, como los ha
tenido hasta ahora, alguien que investigue y que publique, libros y artículos,
para que todo el mundo conozca lo que hay en ese riquísimo legado, que organice
exposiciones, cursos, conferencias. Es decir, que sea un archivero de verdad.
Este
es el desafío que tiene ante sí el Ayuntamiento de Cuenca. Bien está lavar la
cara del edificio, pero eso no servirá de nada si no atiende a lo fundamental,
a lo que hay dentro de la fruta, más allá de la cáscara.
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