06-04-2018 DESCUIDOS EN LA CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO
A
todo el mundo, empezando por el nutrido repertorio de autoridades de todo
signo, color y condición, y pasando por la ciudadanía de a pie, se le llena (se
nos llena) la boca proclamando a los cuatro vientos la maravilla de que esta
ciudad sea Patrimonio de la Humanidad. Sería mejor menos palabrería vana y más
cuidadosa atención a los valores que dieron lugar a esa declaración universal y
que están en constante riesgo de alteración. Como se ha escrito muchas veces,
Cuenca (su casco antiguo) es de una fragilidad exquisita y como sabemos bien,
los seres débiles o quebradizos necesitan más atenciones que quienes están
perfectamente dotados para defenderse ellos mismos.
El
cuidado de la ciudad antigua no pasa solo por atender debidamente las
cuestiones generales que afectan a la totalidad del recinto sino que incluye, y
ahí nos duele, los detalles puntuales que marcan casi cada metro de cada calle,
rincón o plazuela. En ese punto es donde los postulados generales se tuercen al
aparecer intereses privados, personales, que derivan hacia el conocido
principio de que con lo mío hago lo que quiero y si me apetece quitar, poner,
alterar, suprimir o cambiar, lo hago tan ricamente y me importa un comino si
eso es legal, conveniente o estético.
Entre
los factores que determinan el valor patrimonial de Cuenca figura la rica
dotación de elementos ornamentales distribuidos en el casco antiguo, como las
rejas, los escudos y los portalones de madera, siempre de madera y no de otro
material. A estas alturas, seguramente ya pocos recuerdan que esos elementos,
en número considerable, no son originales sino que fueron traídos a la ciudad
en los años 60 del siglo pasado procedentes de diversos lugares de la provincia
que estaban siendo desmantelados y de esa forma se fueron cubriendo los
numerosos huecos existentes, en una delicada operación de reconstrucción del
casco antiguo. Ese material, implantado entonces en las casonas recuperadas, es
de propiedad municipal; se elaboró un catálogo, señalando qué reja, escudo y
portalón se colocaba en cada sitio y de dónde procedía. Me parece que en la
actual situación de desamparo en que se encuentra el Archivo municipal es
innecesario esperar que alguien sepa dónde está ese catálogo.
De
la fachada de un edificio hotelero de la calle de San Pedro ha desaparecido una
reja histórica, sustituida por otra cosa. La obra (la chapuza, mejor dicho) se
ha realizado a la luz del día y a la vista de todo el mundo, menos de los
responsables municipales y de los también responsables de que se respeten las
normas que hacen de Cuenca una parte destacada del Patrimonio Mundial. Pero más
allá de legalismos o responsabilidades lo que me interesa señalar en este
comentario, y con ello vuelvo al origen del texto, es la debilidad que se
aprecia en el convencimiento colectivo de que la dichosa declaración de la
UNESCO, tan proclamada y cacareada, no es solo una frase etérea, de las que se
lleva el viento, no es solo un florero que colocar por encima del escudo de la
ciudad, sino que requiere un compromiso cierto y efectivo, de todos y en todo
momento, incluyendo los vecinos del barrio, los visitantes y las entidades que
tienen que ver con el respeto y el mantenimiento del carácter específico de la
ciudad. Y ello pasa por todos los entes gremiales, cualquiera que sea su
condición y naturaleza.
Incluyendo,
desde luego, al Ayuntamiento, que tiene una curiosa habilidad para mirar hacia
otro lado con tal de no querer ver los deslices que se están cometiendo. Y
están ahí, a la vista de todo el mundo. Y de los que el asunto de la reja de la
calle de San Pedro no es más que un llamativo ejemplo.
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